24 de noviembre de 2014

La comunidad del @nillo




LA COMUNIDAD DEL
@NILLO


E
s raro que tras dos  trilogías de películas de gran  éxito comercial y un montón de secuelas, cómics, juguetes, etc..., alguien no conozca la obra de J.R. Tolkien, “El señor de los Anillos” pero por si acaso dejo aquí esta sinopsis para que quienes se acerque despistados a este capítulo entiendan el título con el que me decido bautizarlo.
La primera parte de la más conocida obra de Tolkien titulada “La comunidad del Anillo”,  trata de la formación de un grupo de seres de distintas especies -humanos, hobbits, elfos y enanos- que deciden colaborar para destruir un anillo mágico llevándolo hasta los fuegos imperecederos del Monte del Destino.  Resulta particularmente llamativo el encuentro de sus distintas culturas, historias, motivaciones, etc... Quien quiera saber más que lea la obra porque yo en realidad lo que quería contar era otra cosa.
Los grupos humanos, sean para el aprendizaje o para  otra cualquier tarea,   no son tales grupos por la simple coincidencia física de sus miembros en el tiempo y en el espacio. No. Las agrupaciones casuales  de personas no pasan a ser grupos    hasta que toman conciencia de que tienen metas comunes y que la consecución de sus objetivos personales - que son diferentes -  no será posible sin que, al menos,  se camine  tras los sueños  colectivos.  En la educación de personas  adultas  esa aseveración ha sido un axioma durante mucho tiempo.
A través del proceso de matriculación,  las personas expresan sus preferencias personales (qué quiero hacer, dónde puedo hacerlo, cuándo puedo hacerlo) o lo que sería lo mismo plan,  local y horario.  Si la oferta del centro lo  posibilita, cada  persona terminará formando parte de una comunidad  desconocida y azarosa sin otra coincidencia colectiva que una afinidad en las  demandas comunes sobre el  qué,  el dónde,  y el cuándo.
Cuando, a mediados de los 80,  empezábamos con  la alfabetización instrumental, al estar nuestros centros dispersos por los barrios y formar los grupos de aprendizaje con personas de un perfil   similar -mujeres mayores, del mismo barrio y  niveles socio económicos parecidos- era muy fácil que muchas de las integrantes resultaran personas conocidas lo que, en general,  facilitaba la integración grupal aunque,  en algunos casos,   los menos,  la aparición de viejas rencillas o historias  negras de familia o vecindad,  torpedeara el acercamiento.
De todos modos las personas que formaban la primera lista de alumnas no pasaban a ser un grupo hasta que la acción pedagógica no se ponía  en marcha hacia ese objetivo. El profesor o la profesora debía tener en cuenta que la cohesión grupal no era un efecto inmediato de la proximidad física en el  aula,  sino un objetivo que había que prever  en la planificación de las sesiones y desarrollar una serie de actividades que lo facilitaran: el diálogo respetuoso y organizado, las técnicas de conocimiento y cohesión grupal o, si todos los remedios pedagógicos fallaban,  la infalible merienda o desayuno colectivo.
En muchos casos había que provocar el “big bang” de la mentalidad colectiva,  transformar el propósito inicial de  las “Mercedes” primigenias- “porque yo a lo que vengo aquí es a leer y a escribir”- para evidenciarles que el aprendizaje individual e insolidario no sólo  no casaba con la oferta que le estábamos haciendo sino que además era didácticamente poco útil para ellas. 
Lo nuestro,  aquello que se reflejaba  en el diseño curricular  del año 85, era la  apuesta por la transformación de la colectividad desde el trabajo individual y colectivo.  Rechazábamos que el aprendizaje fuera un reparto de clases particulares a un grupo numeroso, donde cada persona  tocaba a diez o doce personales minutos diarios de lectura. El grupo es una caja de resonancia que multiplica los aprendizajes individuales porque fortalece la autoestima, comparte los éxitos y minimiza los fracasos.
Afortunadamente a poco que el profesor o la profesora pusieran de su parte, la lista de alumnos se convertiría en un grupo cohesionado cuyas fronteras de solidaridad traspasaban con rapidez y facilidad las paredes del centro y se extendían hasta el barrio y a otras parcelas de la vida de las alumnas: salían a caminar juntas y  se seguían viendo durante las vacaciones,  por ejemplo.
También es cierto que había una parte del profesorado que veía con malos ojos tanta solidaridad grupal y juzgaba este factor como elemento de freno en los aprendizajes: “Se copian y no avanzan” decían algunos, “Charlan demasiado”, apuntaban otros. En este ambiente horizontal y democrático que fomentaba nuestra visión educativa basada en la pedagogía popular, el rol  clásico del profesor o la profesora – la enseñanza bancaria, la clase orientada hacia la tarima magistral... -  se difuminaba hasta crear, entre otros,  problemas de autoestima profesional en algunos elementos de nuestro claustro.
Otro problema o  quizás el efecto más  ambiguo que provocaba esta cohesión grupal que tanto se daba en los grupos de barrio, era que el grupo pasaba a ser un objetivo en sí mismo y que para la mayoría de las alumnas de estos grupos  los objetivos de aprendizaje, crecimiento personal, colectivo , etc... se abandonaban con  excesiva frecuencia ante la perspectiva de tener que cambiar de grupo para seguir su itinerario formativo personal.  Era tan placentero estar en un grupo que fortalecía la autoestima, que te conocía y apreciaba por tus valores que muchas alumnas preferían eternizarse antes que abandonar la comodidad para  lanzarse a un nuevo nivel de formación.
Cuando la promoción era mayoritaria en el grupo apenas había problemas pero cuando se trataba de la salida de uno o dos elementos menudeaban los  abandonos por  frustración.
Esa inmovilidad también se contagiaba a la organización funcional del Centro que a menudo veía como los horarios en  determinados centros y determinados niveles terminaban por estar eternamente copados por el mismo alumnado y, en muchos casos,  por el mismo profesor. Parte del profesorado,  es cierto,  terminaba también afectado por esta esclerosis docente y  organizativa.  Generaba mucha comodidad tener durante varios cursos el mismo grupo, las mismas personas repitiendo más o menos el mismo tipo de actividad.
Para terminar de rizar el rizo, la posterior limitación de cursos de matrícula  en la  Formación  de Base y  la imposibilidad de seguir estudiando la secundaria en el mismo centro terminó por generar “tapones” en determinados niveles  pues pocas personas  aceptaban de buen grado trasladarse  a unos IES donde ni los horarios, ni la metodología ni los objetivos, coincidían con las demandas de este sector poblacional acostumbrado al confort de los grupos cohesionados de Formación Instrumental Básica.

Aunque esto haya sido -  y aún perviva  en cierta manera - uno de los problemas funcionales de  más calado de nuestros centros, sigo sin dudar en la convicción de que la Educación Permanente no puede ser solamente  la suma de los itinerarios individuales de nuestro alumnado.
 Si olvidamos la acción potente de los grupos y la necesidad de transformación ejercida por estos, estaremos convirtiendo los Centros de Educación Permanente – herederos del Programa premiado por la UNESCO por su contribución al desarrollo comunitario -  en archipiélagos  de pupitres aislados y convirtiendo a las personas que los ocupan en solitarios náufragos sociales.
La potencia del trabajo grupal y de la cohesión colectiva también se demostró antaño en planes que fueron limitados en los años de permanencia como los destinados a obtener titulación (Graduado o Certificado, el MAREP, los de Educación Vial, etc.)
En estos grupos también se practicó -y se practica- un tipo de enseñanza basada en la acción grupal.
Quizás mi crítica más severa a los cambios últimos que desde la administración se imponen para  los Centros de Educación Permanente sea que esa “titulitis” enfermiza para acercarnos a los niveles educativos europeos, ese exceso de plataformismo digital, ese intento de homogeneizar lo que había sido rico precisamente por heterogéneo, haya perdido de vista la tarea grupal , la necesidad de convertir las listas de alumnos y alumnas en grupos de personas solidarias y los itinerarios personales en rutas de crecimiento colectivo y apoyo mutuo.
Los planes estrella, los prioritarios, hoy por hoy, están diseñados para el trabajo personal y solitario obviando, en su mayor parte,  los mecanismos de solidaridad colectiva.  Por eso se convierten con frecuencia en un sálvese quien pueda: en lugar de formar personas competentes en la mayoría de las ocasiones  sólo generamos individuos competitivos.

Bueno pues volviendo de nuevo a la historia que nos ocupa en este capítulo, las listas de Informática agrupan a personas que han solicitado un similar qué, un parecido dónde y un semejante cuándo pero que no pertenecen al mismo barrio pues vienen de cualquier parte de la ciudad; no responden al mismo perfil pues los hay de todas las edades, niveles instrumentales y de formación etc... Los únicos criterios que seguimos una vez recogidas todas las solicitudes son los preceptos legales de selección y las necesidades alfabéticas de ordenación con lo que los alumnos y alumnas que están inicialmente en una lista son auténticos islotes de aluvión heterogéneo.  Cuando es posible se intenta colocar juntas a las personas que así lo quieren e indican – parejas, vecinas, amigas, etc...-  pero no siempre es posible hacer coincidir los deseos con las plazas y las matrículas.
Por eso la acción dinamizadora mía fue particularmente  necesaria al principio del trabajo con aquel grupo de Iniciación a la Informática  Nivel II en el que entre otras estaban por ejemplo Lola, Belén y  Javi que eran más o menos de mi generación; Gracia y María José, otras dos componentes,  eran las mayores del grupo, pero en la práctica, sólo coincidían en eso y en una cierta dosis de sangre alicantina en sus venas.
Gracia había sido maestra de primaria en activo hasta pocos cursos atrás, y aunque manejaba el procesador de texto con cierta soltura, ignoraba todo lo que la informática podía aportarle.  Las vueltas que da la vida: en ese grupo y alguno otro más  había maestras que habían impartido clases de EGB y Primaria en esas mismas aulas y que  cambiaban de lado en los pupitres para aprovechar su tiempo de ocio jubilar  adiestrándose en las nuevas tecnologías.
María José, al contrario de Gracia, presumía con sarcasmo  de tener currículo similar  al de  aquella reata de  burros que, allá por los años 60,  llevaba la arena desde la playa hasta donde fuera menester, mientras los niños con los que se encontraba les hacían el cortejo cantando con burlona  ignorancia: “¡La escuela Pinto, la escuela Pinto” en alusión a una pobre institución educativa local regentada por un profesor con dicho apellido, Don Juan Pinto Salas, allá por la calle Meleros. Sin embargo, gustaba de leer, ver documentales y cocinar y se le había metido entre ceja y ceja aprender a manejar aquél trasto que tenía en su casa pero al que apenas sabía algo más que sacarle polvo. María José era tozuda y al principio tenía, al menos para mí, un puntito ácido que me echaba para atrás porque cuestionaba para qué servía cada una de las cosas que íbamos aprendiendo y sobre todo le molestaba la repetición de las tareas.
 Venía y colocaba el casco de la moto en un rincón de la mesa y, de vez en cuando, saltaba una de sus puyas que nos hacía reír a carcajadas por muy seria que las dijera.
Cuando hizo el curso anterior, el de nivel inicial,  no aguantaba los ejercicios en los que había  textos que mecanografiar. Se sentaba en una de las mesas que hacían punta y siempre le faltaba espacio para mover aquél maldito ratón de sus tormentos.
 Le costaba muchísimo encontrar las letras en el teclado y le parecía una tontería copiar apuntes o inventar frases.  Su ortografía y su sintaxis eran horribles, pero, en las pocas veces que escribía, se asomaba un genuino sentido del humor. 
María José también estaba jubilada y se dedicaba a “trabajar mucho  en casa” cuidando a su familia.
Tras ellas frisando los cincuenta, Lola y Belén, también la noche y el día.
Lola,  fuerte, abigarrada, acostumbrada a trabajar con la granja y los animales por los que se notaba sentía pasión. Con los pies en la tierra, parecía vivir en su burbuja alrededor de su ordenador pero siempre estaba al punto de lo que hacían sus compañeras por derecha e izquierda, para corregirlas y guiarlas por las rutas que ella sí, captaba con facilidad.
Belén,  de carácter templado y tranquilo, sonriente, despidiendo paz, dejándose querer y cuidar  por sus amigas.
Y en el último rincón, el último pupitre, escondido como si le diera pudor estar allí, Javi como único participante masculino de la expedición aguantando las invectivas correspondientes.  Javi, además, el más joven del grupo, aunque hacía tiempo que dejó atrás  la cuarentena. Javi,  que en los primeros días parecía una esfinge barbuda de puro callado y al que tuve que integrar en el grupo exponiendo al colectivo nuestra amistad pasada y obligándolo a manifestarse. Javi,  que fue durante mucho tiempo casi empleado de COMES  y  por otro puñado de años, obrero de la reprografía y que ahora estaba ya retirado de los tajos por una inoportuna lesión. Javi, en definitiva, al que había tenido que cazar casi a lazo por la calle y comprometer una y  otra vez para que viniera al Centro.

La mayoría, excepto Gracia y Javi, creo recordar, había realizado el curso anterior el primer nivel y, por tanto,  ya tenían cuenta de correo propia y sabían abrir los programas más básicos y el Messenger y además con bastante profundidad porque el grupo asimilaba con rapidez.

Quizás por eso cuando empezamos el segundo nivel era el grupo más propicio para experimentar una idea a la que ya andaba dando vueltas desde hacía algún tiempo pero que aún no me había decidido aplicar: se trataba de hacer girar el segundo nivel alrededor de la creación de un blog personal de cada alumno.
Hacía muy poco,  quizás en el primer  turno de ese año, habíamos puesto en marcha el blog “La Ar-blog-leda Perdida” y había resultado una experiencia interesante que cada alumno hiciera una crónica de lo que se hacía en cada clase e incluso enviaran fotos y comentarios acerca de las entradas que elaboran los demás.
Saltar desde ahí hasta la creación de un blog propio significaba una pirueta enorme y había que saber venderlo bien.  La mayoría de las personas que había salteado ese segundo nivel ya conocía la dinámica y los contenidos de este segundo año y, además,  tenía la confianza necesaria para decir en voz alta:
-         Y esto... ¿para qué nos va a servir?

María José fue la primera en poner en duda la efectividad de mi propuesta: ella esperaba que volviéramos a repasar todo lo del año anterior –menos el Mueve el Ratón y el procesador de texto- y ansiaba poder acribillarme a preguntas sobre Internet y el correo.
Quedo más o menos conforme cuando le contesté que al hilo de la construcción del blog necesitaríamos hacer acopio de todo lo que aprendimos en el curso anterior pero no obstante cada vez que las enfollonaba en la creación de una nueva cuenta o similares, desde el rincón histórico de María  José llegaba su comentario:

-Juan, ¿de verdad que esto nos va a servir para algo?

Y yo tenía que acudir a sacarla del lío en el que se había metido, del mar de ventanas que había abierto, de la alfombra de pestañas con las que cubría su barra inferior.
Pero poco a poco fueron construyendo cada cual su propio blog, entusiasmándose con cada nuevo paso: crear entradas, subir fotos o vídeos
Cuando llegó la hora de ponerles títulos a los blogs la mayoría de la clase optó por no complicarse y bautizarlos como “”El blog de Menganita” o “ El blog de Fulanita”
A María José no le preocupa el nombre porque lo que de verdad  no entendía era en qué se iban a diferenciar el blog colectivo “La ar-blog- leda” del suyo personal.
­-Te voy a dar una respuesta clara –le dije yo- El de la Arboleda es colectivo, es mío, tuyo, nuestro pero el tuyo, María  José, será tuyo y nada más.
-¿Mío y nada más?
-Sí
-Pues entonces ya sé cómo se va  a llamar. 
Quince minutos después María José ya tenía en marcha un blog propio,  “El blog mío y nada más”.

Sin lugar a dudas dado el carácter irónico y satírico con el que María José mira la vida su blog ha sido el más divertido de los que he ayudado a crear. ¡¡Ojo a su ortografía!! Cuadro de texto  9


Lola tras algunas valoraciones buscó en su corazón y dedicó el blog a lo que es su pasión, los animales de su granja, su zoo particular.  Los fotografía y hace crónicas de sus ciclos vitales dándonos entrada en esa parte tan vital y tan suya.
Gracia, nuestra licenciada, también dudó pero terminó por hacer en un blog en el que cuelga historias curiosas que nos subyugan con menos frecuencia de lo que desearíamos.
Belén, no podía ser de otra forma, nombró a su blog “Fuente de Salud” y con una presentación muy equilibrada en lo estético y lo fácil de ver,  empezó a derrochar toda la sabiduría que había adquirido a lo largo de muchos años de interés por la alimentación sana y a darnos pautas para una vida más armoniosa.
Y Javi empezó a hacer un blog de denuncias –“El buzón de Quejas de Javi”-  pero pronto lo puso en positivo y se dedicó a plasmar historias de su invención que nos fascinaron desde la primera letra.
Y hubo más blogs en aquella edición del curso pero la mayoría no resistirán el paso del tiempo y flotan en la blogósfera tal como fueron botados.
Sin embargo,  estos cinco han seguido con más o menos periodicidad, actualizando y manteniendo los vínculos entre ellos.
Según me cuentan las blogueras,  el mérito fundamental es de Javi, que diariamente visita todos las blogs de la comunidad del @nillo y deja flores a sus compañeras en forma de comentarios positivos y motivadores.
Durante más de un año han mantenido, mantienen esa especial relación que traspasa el umbral  de la virtualidad y de la escuela y que se parece mucho al respaldo afectivo que se daban los primitivos grupos de Alfabetización.
Cada vez que uno de ellos hace una nueva entrada, poco a poco, van apareciendo los comentarios de los demás comuneros para resaltar o asentir o diferir de lo publicado.
Yo también aparezco de vez en cuando y saludo y parece que, últimamente, alguna persona de otros grupos hace esfuerzo por sumar su blog a esta comunidad de amigos.
María José ha conocido el FACEBOOK y  ha intentado traspasar su blog y para ello en una ocasión colgó un cartel en una de sus entradas que decía:
 “Se regala blog por no poderlo atender”
Pero no ha logrado otra cosa que un aluvión de carcajadas y de mensajes de ánimo. Como un Guadiana virtual, el cauce del ingenio de María José aflora de vez en cuando, pintando la red de colores alegres.
Hay objetivos que se logran sin haberlo previsto previamente, sin que al diseñar las tareas y las estrategias educativas hayamos si quiera intuido que se lograrían. Los llaman paraobjetivos, metaobjetivos… Da igual el nombre y la catalogación que hagan de ellos las gentes de la pedagogía. Existen, haylos, como los extraterrestres  y las meigas.
Parecen venir envueltos en papel de colores y con lacito de regalo, aparecen de sopetón y soplan  aire fresco en nuestras caras agotadas ayudándonos a enfrentar nuevas sendas más o menos empinadas;  quizás por ello sean los mejores presentes, los que nos permiten armar sonrisas mientras llueven recortes, los que nos invitan a seguir defendiendo y soñando escuelas de tod@s y para tod@s.







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